Bindi trajo sus dos gatos a final del otoño, espabilados pero escuchimizados y demacrados, ya no podía tirar con ellos adelante ella sola. Uno de los pequeños fue más decidido, entró en casa y se dejó coger. Tenía el pelo crespo y unos ojos verde claro muy abiertos. Era una gata tostada, como el sol. Se llama Tardor (otoño).
Enseguida se instaló cerca del fuego, es la más friolera de todos y por la noche se queda dormida en la ceniza para aprovechar hasta él último calor de la brasa. Cuando está dentro de la chimenea no se llega a distinguir del todo si miras las llamas o la miras a ella de tanto como se parecen.
Ha tenido un par de momentos delicados, pero ahora ya es una gataza que continúa recostándose cerca del fuego y reivindicando su pertenencia a las llamas. Demasiado traviesa para estar en casa, demasiado friolera para estar fuera: éste es ahora el punto de discusión… ella tiene una opinión y nosotros otra. Seguro que acabaremos poniéndonos de acuerdo.