Ayer hubo una tormenta de tarde, de esas de primavera o verano, no muy intensa y no muy larga pero que sirvió para cambiar la temperatura ambiente y limpiar los árboles. Casi se podía ver cómo se ablandaban con placer ramas y hojas al ser rozadas por la lluvia.
Esta mañana nos hemos levantado con más fresco y con nieblas de vapor bien agarradas a la garganta del Segre. Cuando desde la sierra se miraba hacia allá se veía un manto de neblinas blancas que, dormilonas, comenzaban a desperezarse; i unas nubes más pequeñas que, juguetonas, flotaban arriba arriba hacia el cielo.
Estas neblinas son como un manto, como el edredón de una cama imaginaria. O puede que real porque se tienden en el lecho del río y cubren todo el paisaje hasta la misma nariz de mi gigante, que parecía muy cómodo tan acostado.
Quizás no lo sabíais todavía, pero tenemos un gigante adormilado que guarda entre la llanura y la montaña. El río le dibuja un cuerpo y pasa por su garganta para que nunca tenga calor ni sed. Desde la sierra le vemos el perfil, el círculo de la cabeza recostada, la frente libre, la prominencia de las cejas, la depresión de los ojos, que vuelve a subir por una nariz perfecta, abajo hacia los labios relajados, sonrientes. No tenemos suficiente distancia para percibir el dibujo de toda la silueta, la podemos adivinar cuando lo caminamos.
Su posado tranquilo nos coloca en nuestro sitio cada día recordándonos la relatividad de lo mundano, el paso del tiempo, la visión del cielo y la tierra acogedores. Gracias por estar ahí y velarnos con tu sueño.