Armarios

Publicat a / Publicado en Abrazos

(En respuesta a Nevera)

Aún hoy, después de tantos días, me sorprendo cuando te veo abrir el armario de la habitación para escoger tu ropa del día y sumergirte en ese mar profundo de jerséis, camisas, pantalones, chaquetas… en abigarrada formación unos sobre otras. Imposible encontrar un hueco, no ya para una nueva prenda que pueda venir, sino para meter la mano y buscar. Al menos mi mano no cabe.

Pero no es sólo el armario de la habitación que, mira, podría ser que tuviera una historia de ropa antigua que no quisieras tirar: esto lo puedo entender. Es que lo mismo pasa en el baño, con cientos de toallas y sábanas ocupando hasta el último centímetro cuadrado de aire y miles de frascos de todos los colores, medidas y edades que pueblan tu aseo de lacas, colonias, champuses, geles, cremas, desmaquillantes y todo tipo de líquidos que nunca te he visto usar; en el congelador, donde aún podrás encontrar alguna cosa que congeló tu abuela aquel invierno en que sobró de todo; en los cajones hasta arriba de papeles de todos los colores… Lo tuyo es horror vacui, estoy seguro: en ningún contenedor de tu casa hay hueco, todo está lleno.

Claro que donde la pesadilla de Marie Kondo llega a su clímax es en el armario azul de las medicinas, donde se amontonan en cuidadoso caos pastillas y jarabes e inyectables con sus jeringas, algunos incluso sin caducar. Aún recuerdo mi cara la primera vez que lo abrí para buscar no me acuerdo qué, algo que encontraría “en el primer cajón o en el segundo”. Media hora más tarde apareció en el tercero.

No sé si coincidimos en austeridad – yo compro lo justo y tú lo guardas todo – o en consumismo – yo bajo a comprar cuando necesito algo y tú vas comprando y guardando para cuando, algún día, quizá, lo necesites-. Lo cierto es que me tocaste con tu descripción de la frugalidad de mi nevera. Y aunque no sé si conseguiré lo mismo con la mía de la exuberancia de tus armarios, te propongo un trato para equilibrarnos un poco: yo estoy dispuesto a rellenar un tanto mi nevera si tú haces un hueco – aunque sea pequeño: un huequín – en tus armarios.