Hoy me he dado cuenta de que he escrito sobre tijeras, sobre piedras… y no he dicho nada sobre papel, para hacer bueno el juego de “piedra, papel o tijera”.
El papel siempre ha sido importante en mi vida. Mi madre tenía una tienda y de bien pequeña me acostumbré a entender la importancia de envolver las cosas para preservarlas, transportarlas, para generar sorpresa… para vestirlas.
Después supe que podía tener dibujos y letras, de manera que podías dejar signos que el papel también preservaría, en la mayoría de los casos, y posibilitaría que otro participara. Puedo recordar mis primeros libros ¡cómo me costó leerlos! Los escogía mi hermana y gracias a ella adquirí el placer de la lectura. Recuerdo muchos de los primeros que leí y cuando me destapé me gustaban los que ella pensaba que me gustarían y los que no, tanta era la curiosidad.
Y después escribir, otra manera de dirigirse a una misma y al mundo. Qué bonito trenzar palabras para tratar de captar una emoción, un paisaje, una historia. Y qué placer cuando alguien te lee y añade su experiencia, su sentir, y la modifica, y tú entonces puedes volver a modificarla porque la lectura es una impresión instantánea.
Dibujar siempre se me ha dado mal, mal de verdad. Quiero decir con esto que me cuesta trasladar mis ideas a dibujos, no hablo de la técnica. De todas maneras, estoy bien decidida a perder la vergüenza y a reencontrarme con la experiencia de dibujar.
Recortar se me da mejor si dibuja otro, ya os lo podéis imaginar.
El papel también me ha permitido algunos juegos que no hubiesen sido posibles sin él: algunos juegos de mesa – los de pistas, que son mis favoritos; doblarlo para hacer figures que tengan vida; o con cola y capas y capas para hacer marionetas; encender el fuego; hacer nidos para animales…
Todo es digital hoy en día, hasta estos pensamientos que quedan aquí escritos. Pero yo sigo sintiéndome más cómoda haciendo garabatos en un trozo de papel que, cuando lo miro, tiene signos, pero también trazas, huellas.