Otro de mis grandes descubrimientos en esta nueva vida que llevo es uno que a Auba siempre la llena de ilusión y a mí de sorpresa: la aparición de vidas pequeñas.
Es como un pequeño milagro cada vez ver cómo la vida se abre paso contra todas las dificultades, en las circunstancias más extremas, más extrañas, menos favorables. Esto vale para las plantas y para los animales de todo tipo, desde insectos a renacuajos, desde ovíparos a mamíferos. He visto nacer pollos, conejos y gatos. He visto renovarse árboles y flores y plantas cada primavera. Y, cada vez, esa sensación de asombro y de reverencia ante el prodigioso trabajo de la Naturaleza.
Luego, una vez vivas, una vez asomadas esas vidas pequeñas, me quedo con el instinto de protección que las acompaña. Por nuestra parte, por supuesto; por parte de los progenitores en cada caso, también por supuesto; pero también por parte de los semejantes o no tanto: es de ver cómo Uixa cuida de los gatinos de More o de Bindi; cómo Foc respeta a los conejos más pequeños, aunque su primer impulso sea comérselos; cómo Miu daba de mamar a los cachorros de More cuando ésta se iba…
No se puede evitar el latigazo cuando se nos va una de estas vidas, cuando la pérdida se hace gigante delante nuestro. Pero es solo un momento: la vida siempre gana y tira hacia arriba; la pena siempre se soporta; la ilusión del que se queda es el mejor homenaje al que se va. Por eso el mundo ha llegado hasta aquí pese a tanto agorero y tanto pesimista y tanta noticia bárbara: porque la vida es fuerte, porque nos ayudamos y porque la alegría de vivir siempre nos permite seguir adelante y vencer cualquier dificultad que se presente.