Hoy es 21 de enero. A regañadientes iré a Montmalús a ver unos cachorros que han nacido hace un mes para llevarme uno a casa. Hace poco más de dos meses que se fue Boira y yo no tengo ganas de tener otro perro. Pero mi hermana lleva tiempo buscando uno, diciendo por lo bajo que en casa sin perro no se está bien, que son muchas horas sola y que no es lo mismo sin nadie que vigile de noche y de día.
En Montmalús viven unos amigos de Joan que tienen una mastina que ha criado con el perro pastor, no sé qué pinta deben tener. A mí me gustan los perros inquietos, ágiles, con las orejas bien tiesas… no sé.
Hace sol y no demasiado frío. Mediodía y nos ponemos en marcha con Pingus. Al pasar por Martinet compramos un pan de nueces para cada uno de nosotros y uno para los chicos que nos esperan. Continuamos hacia la quebrada de Meranges, hacia Grèixer, y después nos desviamos. Es una pista con más de un palmo de nieve pisada: me encomiendo a todos los santos conocidos.
Después de cuatro o cinco kilómetros que se me han hecho muy largos, aunque el coche no ha patinado en ningún momento, llegamos a la casa. Aquí hay una perra con un cachorrín pequeño con pinta de cruzado de collie que viene jugando hacia nosotros. No es éste.
K está en la cabaña con las cabras. Tiramos hacia arriba con Pigot corriendo cerca del coche haciendo sonar su cascabel: él es el padre. Llegamos a los corrales y nos enseñan los tanques de leche que están preparando para empezar con la quesería, los corrales y, por fin, a K. Es una perra muy grande, de color blanco roto, con cara de buena, atada a la cerca de las cabras.
Al otro lado de la cerca se ven los tres cachorros, uno más pequeño, el benjamín. Uno a uno los voy cogiendo desde el otro lado de la reja y me los voy cambiando de mano para ir levantándolos hasta que los puedo hacer pasar por encima y acercármelos. Huelen a leche, a cachorros, y son suaves como plumas, pero pesados. Presentes y aferrados al mundo, tranquilos. Los dos más grandes me han olido sin mayor interés y la pequeña me ha mirado tierna y me ha mordido la nariz sin demasiada fuerza, como para probarme. Es la que tiene menos manchas de los tres.
K iba y venía de lado a lado de la cerca, de un salto, preocupada por sus pequeños, deseando que los dejase, pero sin enseñarme los dientes ni gruñirme. Me husmea inquisidora para adivinar qué intenciones tengo. Son sus pequeños, tiene que protegerlos.
Compartimos un rato en la casa, cerca del fuego, con Trufa que pasea como una señora, y después nos vamos. No estoy para nada segura de querer un perro. Son unos cachorros muy bonitos, pero no me siento con fuerzas… ellos te escogen a ti, no tú a ellos. Y así fue.