Cal Pere

Publicat a / Publicado en Hechizos

Hoy me pongo a escribir sobre ti, Josep, y veo que no sé muchas coses de tu vida: conociste el pueblo durante la guerra, estuviste en él con tu madre y tu hermana cuando erais muy pequeños; después, ya mayor y con una carrera profesional y una familia, compraste una casita al pie del pueblo, Cal Pere, y la arreglaste para que os acogiese a ti y a tu mujer y a tus tres hijas. Te gusta mucho la montaña y la pintura. Te recuerdo casi siempre con la sonrisa en los ojos y los aparejos de pintor a la espalda triscando por caminos y Prados buscando el mejor sitio para plantar el caballete y comenzar la faena.

Tus acuarelas tienen una muy buena factura técnica, o al menos a mí me lo parece. Pero, sobre todo, tienen la fuerza y la alegría de vivir; son los colores, la manera en que se mezclan, combinan y contrastan, las formas, nunca ásperas… qué sé yo.

Eres una persona muy amable, cercana. Pese a las diferencias de la vida que has llevado y la de la gente de la comarca, siempre has sabido formar parte de ella y has tenido la complicidad de dibujar una cenefa para unes sábanas o un plano para el catastro.

Fueron pasando los años y el Alzheimer empezó a visitarte. Al principio eran visitas puntuales, como de reconocimiento, para después ir alargando su estancia. Comenzaste a espaciar tus visitas hasta que finalmente no volviste: nos dijeron que estabas en una residencia, que no podías salir solo y yo pensaba en lo difícil que debía ser atrapar tu mirada entre paredes.

Después de muchos meses apareció un coche aparcado en el pueblo – solo podía ser de tu casa – y después bolsas y paquetes en los contenedores de la basura. Entonces entendí que ya no te vería más en este mundo-escenario. Uno de aquellos bultos me llamó la atención: no me pude aguantar y de dentro de una bolsa negra de desechos rescaté una de tus carpetas de dibujo. Le había tocado alguna gotera, algunas láminas estaban manchadas de humedad. La gran mayoría eran dibujos inacabados – era tu carpeta de trabajo – pero, si me dejas, incorporaré alguno a mi vida. Son retratos y desnudos con expresión, con movimiento. Aunque sólo sea para agradecerte la propuesta de que posase para hacerme un retrato, que nunca llegó a ejecutarse y no por culpa tuya.

Cuando los miro no puedo evitar la reflexión de en qué se puede resumir una vida: en tu filiación y familia; en tu casa y lo que posees; en lo que has creado; en las herramientas que usas y nadie más usará; en los objetos a medio utilizar que te pertenecían y que aparecen bien ordenados y etiquetados, tal y como los dejaste, un buen día en la basura: botas de montaña, medicinas, catálogos… para mí, cuando pienso en ti, la vida es un camino largo que atraviesa mis bosques pirenaicos, lleno de color, lleno de energía.

Para siempre estarás de alguna forma en todos estos rincones, Josep.