Yo no había cocinado nunca. Me había hecho unos macarrones o unos garbanzos, sí, pero para mí estos arranques cuadraban más con el concepto de alimentarse que con el de cocinar. La diferencia está en el cuidado, en el cariño que se pone: de la misma forma que se escribe para alguien, aunque luego lo que se escriba lo lean muchos, se cocina para alguien. Poner esa intención de entrega de algo bueno a otra persona lo cambia todo, sube el nivel, convierte nutrirse en un festival.
Y como mejor se puede ver esta diferencia es con la repostería. Porque en el fondo es algo superfluo, sin lo que podríamos pasar, un brindis al sol. Pero, ¡ay!, qué gusto compartir una magdalena, un bizcocho o unas galletas. Qué placer hacerlas pensando en ella o en él o en ellos. Qué manera más dulce de decir “te quiero”.
Auba mía, hoy te haré unas galletinas para desayunar mañana. Sólo pensarlo ya me nutre, me alimenta y me hace feliz. ¡Vamos a cocinar!