Dormir poco… éste parece mi destino. De verdad que no es querido, aunque pueda parecerlo. El tiempo vuela, se me cuela entre los dedos, se me queda corto por todo lo que quiero hacer durante el día.
La cosa va poco más o menos así: sumamos, las cosas “que hay que hacer”: el trabajo, atender a los animales, el huerto, las comidas y la limpieza básica; más las que “conviene hacer”: cocinar para varios días, comprar, conservar, hacer reparaciones, planchar, coser, limpieza media o extendida; más las que “queremos hacer”: cuidarnos, a nosotros mismos y a los que están cerca o lejos en un sentido amplio, leer, ir de fiesta y bailar, ver una peli, hacer pan, observar el cielo, recoger hierbas y hacer remedios y hechizos, compartir momentos, pasear, hacer feldenkrais y qi gong, ir a visitar pueblos perdidos o lugares nuevos y, puede ser, ir a algún lejano de este mundo grande, aprender cosas nuevas que nos ensanchen la mente y el espíritu, escribir las experiencias que tenemos, traducirlas al idioma del otro…
Aquí tienes el desequilibrio claro. Aunque reduzca los dos primeros componentes de la suma y vaya directamente al tercero, jamás de los jamases llegaré al “dormir más” que claramente para ti, Arbe mío, forma parte del primer grupo y para mí del segundo. No sé si llegaremos a hacerlo cuadrar, puede que tengamos que fusionar ítems y convertir en un trabajo el hacer pan y el mirar las estrellas.
Después de todo lo que he escrito confieso que hoy, aunque haya usado el día de ayer de la mejor manera que sé, tengo muuuucho sueño.