Vivir aquí arriba tiene muchas ventajas y algún inconveniente, sobre todo para quien está acostumbrado a tener sus rincones y a estar mayormente solo. La actividad es constante alrededor, incluso cuando parece que no pasa nada. En este entorno a mí me cuesta mucho encontrar un momento para hacer algo tan fácil como leer un libro, aunque sea un ratito.
Por alguna razón que se me escapa y que no duró, durante unos días sí lo encontré: nada más comer, si el tiempo lo permitía, salíamos Uixa, Foc y yo y subíamos hasta Cal Teclo. Allí me sentaba en una piedra y me pasaba diez, quince minutos leyendo, no más. Recuerdo aquellos minutos con un placer inmenso ahora mismo.
Pero allí arriba no estábamos los tres solos: cada día se nos unía Pam, nuestra gata negra y joven, que se aposentaba a mi lado o entre Uixa y Foc y nos acompañaba en aquel momento con un ronroneo suave, como si disfrutara de la lectura tanto como yo. A veces se colocaba un poco por encima de mí en el muro de piedra, y tal parecía que estuviese leyendo conmigo. Luego caminaba con nosotros de bajada y se quedaba con el resto de gatos cuando los tres volvíamos a casa.
Hace unos días vimos que Pam flaqueaba: respiraba con dificultad, estaba muy parada… algo no iba bien. Pese a nuestros esfuerzos por cuidarla no hizo más que empeorar y, con la rapidez del mal en los jóvenes, en poco tiempo se apagó y se nos fue.
Siempre es difícil dejar marchar a quien le has puesto nombre y has visto crecer desde el primer momento. Pero vivir aquí y tener un arca implica saber y aceptar que cada uno tenemos nuestro momento en este mundo, que puede durar más o menos pero que siempre siempre nos parecerá corto, un suspiro, y más aún cuanto mejor estemos.
A los que nos quedamos solo puede consolarnos la memoria, el recuerdo de aquellos momentos felices en que leíamos juntos Pam y yo. ¡Gracias por acompañarme, gata lectora!