En un curso de coaching me preguntaron cuál era mi primer recuerdo … ¡mira tú! ¿cómo saberlo?
No sé si es el primero, pero el que me vino a la cabeza fue un mediodía de invierno, con nieve en la calle y yo con el abuelo en el pajar. Preparaba la mezcla para alimentar a los animales que estaban en ellos establos, que no podían salir a pastar por la nieve.
Entraba muy poca luz, lechosa, apagada. Las aberturas del pajar, protegidas parcialmente por tablas de pino, dejaban pasar la hierba que se había recogido durante el verano. Ahora ya habíamos consumido bastante y quedaba espacio en el suelo y hacia el techo para hacer una mezcla de pastos que después se harían pasar por la trampilla hasta los comederos.
De abajo subía el calor y el olor especial de las vacas y la mula que esperaban impacientes. Se unía al de la hierba que removía el abuelo, a veces ayudándome a colgarme en la pila de hierba que ablandaba. Yo me sumergía en la hierba, la tiraba hacia arriba, me dejaba caer… ¡era un momento fenomenal!
Después, todos a la mesa y yo a merendar junto al fuego.