Lejos de casa

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En casa solemos ver la luna sobre las montañas. Nos gusta verla salir y ponerse, la seguimos, conocemos sus costumbres, sabemos dónde encontrarla. Nos atrae su belleza renovada cada vez, pero no nos sorprende: la intuimos antes de que aparezca.

Pero lejos de casa la cosa cambia, y hace sólo unos días nos sorprendía de veras al verla sobre el agua, de repente al llegar a la playa en una noche maravillosamente limpia. Allí estaba, esperándonos ella a nosotros esta vez, inmensa, bañando al mar de luz blanca, mareándole.

Mar, montaña; casa, lejos de casa… no hay tanta diferencia desde allí arriba.