El bosque luce especialmente cuando el sol va cayendo y cayendo hacia el horizonte, lentamente, como si ya supiese que añorará los árboles que se alzan hacia él y el sonido del agua.
Con estas pocas lenguas de sol salimos a dar una vuelta con Uixa que, al verse ante el paisaje abierto, no puede estarse quieta: olfatea, camina, sigue rastros, va hacia los torrentes y los pozos de agua, muerde el agua juguetona, vuelve a salir hacia nosotros para contárnoslo… “¡cómo podéis no saltar y bailar ante todo esto!”, nos dice con su cola izada en círculo y desprendiendo tanta energía como gotas de agua al sacudirse. Esta es su casa.
Siguiendo algo que nosotros no vemos sale montaña arriba, le da igual el desnivel, y pasa corriendo de una vertiente a la otra. La perdemos de vista durante unos minutos. En algún momento podemos ver fugazmente su silueta negra pasar entre los árboles, u oír el romper de alguna rama seca a su paso, o el picar del agua cuando atraviesa el río. Podrían ser otros los que hacen estos ruidos, pero cuando la esperamos para continuar el camino queremos pensar que es ella que se acerca.
Es en estos momentos que sabemos que eres elegante como pocas y que tienes la medida justa, la fuerza adecuada, el movimiento firme que necesitas. Este es tu sitio y en él hay que medirte. No eres una perraza grandullona y torpe: eres un cruce de Montaña del Pirineo contenta, curiosa, ágil, fuerte y libre en tu bosque.